miércoles, 28 de enero de 2009

Época de exámenes...

Los exámenes. Solo con ir su nombre, miles de estudiantes nos ponemos a temblar. Sabemos que durante esa época, el terror se apoderará de nuestro cuerpo. Las caras en la facultad serán todas de mala leche, excepto las de los profesores, que disfrutan sabiendo que durante esas semanas, ellos son los amos del infierno.
Pero los exámenes no solo comporta aplicar aquello que has aprendido sobre unas hojas de papel y esperar con fervor la nota, actualizando cada dos por tres la página donde tu profesor maligno la colgará. No. Los exámenes suponen mucho más.
Suponen estrés, noches sin dormir, cafeína por un tubo, ojeras, fluorescentes, apuntes y fotocopias por doquier. Que a cualquier cosa que te digan contestes "déjame que estoy de exámenes!". Supone horas eternas de biblioteca, que te duelan los ojos, que justo la pregunta que más vale del examen es la de aquel día que faltaste a clase, que te cagues constantemente en todo y todos. Que fumes más de lo normal. Que comas menos de lo normal.
Y luego está ese momento mágico, en el que todos estáis en clase sentado, el profesor reparte las hojas y tu solo oyes el latido del corazón de tus compañeros nerviosos, las hojas de papel cayendo en la mesa como una sentencia y una risa endiablada que sale de la boca del repartidor de destinos.
Y es justo en ese momento mágico en el que todo el mundo gira la hoja y lee las preguntas cuando se produce una comunión entre toda la clase. Se cruzan miradas de asombro y se oyen risas nerviosas. Alguien suelta "es broma no?" y el más valiente se levanta y entrega el examen sabiendo que ponga lo que ponga, suspenderá igual que los demás.
Es la época del terror, y yo ahora mismo la tengo encima. Debo presentar trabajos, reseñas y hacer exposiciones orales. Y eso sin contar que tengo exámenes!
Pero todo esto me ha echo pensar en el tiempo que llevo ya en la universidad. Este es mi tercer año. Dos en la Pompeu Fabra y el tercero en Bellaterra. Así que en teoría debería acabar el año que viene. Pero, con el traslado de expediente y las convalidaciones pertinentes, me encuentro que actualmente, debiendo estar en tercero, tengo asignaturas de primero, tercero e incluso cuarto. Y realmente no me lo explico. No se supone que yo ya pasé el primer curso entero en la Pompeu? Se supone no, lo pasé que así consta en el historial. Pues no. No te lo convalidan todo. En fin, a lo que iba.
Recuerdo que salimos del bachiller y se nos abrieron las puertas del mundo. La universidad supone un grado de independencia como pocos. Dependes de ti mismo para todo y eso te hace madurar. Hasta cierto punto desde luego. Eso de hacer clase con gente de todas las edades te hace darte cuenta de como la universidad te cambia. Entras siendo un niñato que cree que se va a comer el mundo, que no calla en clase, que no va a clase y que se lo pasa por el forro. Pero llega un punto en el que te das cuenta de que callas en clase. Empiezas a escuchar y prestar atención. Llevas los trabajos tan al día como puedes. Intervienes en clase, das tu opinión y expones oralmente cuando antes te daba pánico.
Y es en ese momento, en el que te das cuenta de que, o algo va terriblemente bien, o algo va terriblemente mal.
Dejas de ser un niñato, empiezas a madurar, a darte cuenta de que con esfuerzo hay frutos, y que llega un punto en que el esfuerzo es necesario para seguir tirando para delante. En ese momento, en el que hay frutos, la cosa va bien. Pero también implica algo negativo, y es que te alejas del país de Nunca Jamás.















Y aquí estoy, en mi ya borroso Nunca Jamás...

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